Relato de un fotógrafo que incursionó en los pueblos del interior de Corea del Norte.

La gente tenía curiosidad sobre los extraños extranjeros que visitan su ciudad. Usando las pocas frases que coreanas que conoce fue una apuesta y un reto poder comunicarse; algunas personas le responden con una sonrisa, otros sin embargo lo rechazan mas por temor que por otra cosa.

Este último parece ocurrir más a menudo cuando sus acompañantes estaban presentes que cuando no lo estaban.
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Después de tan sólo unos minutos de caminar, fue detenido por un hombre coreano en una bicicleta. Sonriente pero evidentemente molesto, señaló a la dirección de donde vino, y comenzó a caminar.

Al volver a la zona donde se encontraban, le pidió a uno de sus guías que fuera con el a un breve paseo, ya que obviamente no se le permitió ir por su cuenta.

Estuvo de acuerdo al principio, pero después de un corto paseo en el camino de tierra a lo largo de la playa, fueron detenidos por un soldado.

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